lunes, 29 de abril de 2024

AVE DEL MES abril 2024




 



Lavandera cascadeña

Motacilla cinerea Tunstall, 1771



Inglés: Grey wagtail

Francés: Bergeronnette des ruisseaux


Avecilla que alcanza los 19 cm de longitud gracias a la longitud de la cola, pero que en peso no llega a dos tercios del gorrión común, y que podemos encontrar en la Península durante todo el año, criando preferentemente, pero no en exclusiva, en zonas montañosas con cursos de agua rápidos y permanentes, y en invierno algo más disperso por cotas bajas y reforzado por individuos que bajan de más al norte.

Foto: Carlos A. Ramírez
Busca su alimento en zonas de orilla despejadas, y es un insectívoro estricto, que captura presas tanto en el suelo o el agua somera, como revoloteando en persecución de insectos alados. Además de la longitud de la cola, que sale de ojo que es mayor, no solo que la de un pajarillo cualquiera, sino también que la de las otras lavanderas ibéricas, y que agita arriba y abajo, llaman la atención para quien intenta analizar con un poco de detenimiento su plumaje, las rémiges terciarias que sobresalen hacia atrás mucho más que las secundarias, hasta el punto de poder ocultar las puntas de las primarias.

En un primer contacto con las guías de campo, pudiera parecer fácil la distinción entre sexos por tener las hembras la garganta blancuzca y los machos negra en plumaje nupcial, pero no en el invernal (con la consiguiente variabilidad en fechas y plumajes de transición). Si intentamos afinar más en el asunto, como por ejemplo buceando en la muy recomendable página de Javier Blasco-Zumeta http://blascozumeta.com/specie_files/10190_Motacilla_cinerea.pdf , resulta que el color claro de la garganta lo mantienen la mayoría de los machos en su primera estación nupcial; y que las hembras pueden tenerla más o menos entreverada de plumas oscuras, dándoles un aspecto grisáceo a veces casi tan oscuro como en los machos. De manera que, en mi condición de profano, establecer un criterio para sexar con seguridad, más aún a distancia, se me antoja un asunto arcano y esotérico.

Foto: Carlos A. Ramírez
Su área de cría se extiende desde la Macaronesia hasta Japón y Kamchatka, y en invernada baja hasta Malawi e Indonesia. En la Península Ibérica y las Baleares cría la subespecie típica, y en canarias la Motacilla cinerea canariensis, que tiene los bajos de un color amarillo más intenso, tirando a naranja.

Como es habitual en los pajarillos insectívoros, su reproducción es monógama y territorial. Construye nidos con hierbecillas y disimulados con musgo en cualquier recoveco próximo al agua, ya sea en algún talud de la propia orilla, o en algún muro o pedriza o entre las raíces de un árbol. Respecto al tamaño de puesta, tampoco hay nada de particular; un promedio de unos cinco huevos, de color cremoso con pintas grises, incubados por ambos progenitores durante unos 12 días; los polluelos salen del nido con semana y media o dos de edad y serán cebados durante unos pocos días más. Le da tiempo a sacar usualmente dos polladas al año, a veces tres en las zonas más bajas, y una sola en la alta montaña.

La población se considera estable y la Lista Roja de la UICN estima una población mundial de entre 5 y 20 millones de parejas, con la consideración de “preocupación menor”

España incluye la especie en el Lisado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, sin catalogar como amenazada.

El nombre “motacilla” parece ser que ya lo utilizaban los clásicos para designar al menos a la lavandera blanca, y se cree que trae su origen remoto del verbo motare (mover), pero no está tan claro el origen de “cilla”, que para algunos se referiría a la cola, pero otros lo consideran un simple diminutivo. Tras enterarme de que existía el verbo cillo, cillis, cillere, significando “mover” o “agitar” https://latinonline.es/diccionario-latin-espanol/pagina-168/ , empiezo a maliciarme que pudiera aludir igualmente al movimiento de estos pajarillos, componiendo así una palabra con el sentido de moverse de forma agitada o compulsiva. Menos elucubraciones necesita el epíteto cinerea, que alude claramente al color ceniciento. 

Foto: Carlos A. Ramírez
El género Motacilla lo describió ya Linneo en 1758, al igual que las especies M. flava y M. alba; sin embargo, la especie M. cinerea se la debemos a Marmaduke Tunstall, uno de los primeros ornitólogos ingleses en utilizar el sistema binomial linneano, y autor también de alguna otra especie, como el halcón peregrino, que, al igual que la especie que adorna este mes nuestra página, parece sorprendente que pasara por alto el propio Linneo.



sábado, 9 de marzo de 2024

AVE DEL MES marzo 2024


Golondrina común

Hirundo rustica, Linnaeus 1758

Foto: Vega Bermejo
                         
            Inglés: Barn Swallow
            Francés: Hirondelle rustique


Por San José, la golondrina veré. Para esa fecha suelen estar ya por Salamanca, o antes si las temperaturas son tan benignas como últimamente; en el sur de la Península se asientan bastante antes, algunas incluso en enero, y en la cornisa norte puede que no se vean hasta abril.

Anida de preferencia en interiores; se supone que de forma natural lo haría en cuevas; aquerenciada desde antiguo a las construcciones humanas, construye su nido dentro de cualquier establo, cobertizo, portal, habitación poco frecuentada o algún local periurbano al que pueda acceder por cualquier ventanuco o a través de un tabique palomero. Eso sí, es difícil de ver en el interior de las ciudades, allí donde no haya espacios abiertos de amplitud suficiente como para buscar su alimento volando bajo, porque en esto se diferencia tanto de su pariente el avión común como de sus no parientes los vencejos, que gustan de cazar insectos a mayor altura, sobrevolando sin problema los edificios altos de las construcciones modernas. Aun así, siempre es fácil observar a la golondrina en las ciudades, aquerenciada en grandes parques, ríos o zonas periféricas.

Construye sus nidos con pellas de barro, hierbas y estiércol si lo encuentra, en forma de medio tazón, adosados a paredes, de preferencia donde dispone de algún apoyo que impida su caída, ya sea sobre una viga, un cable grueso, alguna repisa o cualquier zaleo colgado en la pared. Tanto la necesidad o manifiesta preferencia por utilizar apoyos, como la forma del nido, lo diferencia claramente del de otros dos hirundínidos: el avión común los realiza en forma globular con sólo una pequeña apertura en su parte superior, siempre adheridos por arriba a un alero o cornisa y por uno o dos lados a la superficie vertical, y la golondrina dáurica, sin soporte vertical, adheridos por debajo de superficies como techos de cuevas, habitaciones u ojos de puentes, cerrados y con un túnel de entrada igualmente adherido a la superficie de soporte. Si acaso podrían confundirse en algún caso los nidos de nuestra protagonista con los del avión roquero.
A diferencia del avión común, anidan las parejas de golondrina en solitario, o bastante cerca de otras parejas, pero sin apiñar los nidos en colonias compactas.
Se trata de una especie monógama, pero es generalizado el adulterio, si es que cabe aplicar este concepto a los pájaros; donde se ha estudiado el asunto, se ha comprobado que aproximadamente un tercio de los polluelos son de padre distinto al putativo. Tienen las parejas una alta fidelidad a su lugar de anidación y al propio nido, que suelen reparar y reutilizar año tras año si les dejan.
Entre los dos miembros de la pareja tardan unos 10 días en construir el nido, si no lo tienen ya de otros años, y unos 15 en cada incubación, pudiendo sacar hasta tres nidadas al año, aunque lo usual es un par de ellas, siendo el tamaño de puesta más habitual el de 5 huevos, de color cremoso con moteado rojizo.
Los jóvenes echan a volar a la edad de tres semanas o tres y media, con la garganta de color marronuzco más claro y apagado que los adultos y con las colas con un ahorquillamiento normal, sin las largas prolongaciones de las rectrices externas que poseen los adultos.


Foto: José Vicente

Merecen atención estas prolongaciones de las rectrices; se sabe que su longitud está sobredimensionada con respecto al óptimo aerodinámico, dado que aumentan sensiblemente la resistencia al avance pero no la sustentación, y que tienen una función de atractivo sexual, tanto más cuanto más largas son, aunque algún autor postula, al parecer sin pruebas concluyentes por ahora, que podrían tener alguna ventaja para estabilizar el vuelo en el momento de los giros. Son más largas en los machos que en las hembras, y en las poblaciones del norte de Europa es la diferencia mayor que en nuestro país. También parece ser un indicativo de calidad genética para posibles parejas la extensión de las manchas blancas de la cola; se postula a este respecto que el blanco atrae más a determinados parásitos del plumaje, por lo cual tener estas manchas grandes y sin deteriorar sería indicativo de resistencia a los parásitos y por ende de fortaleza metabólica. En el plumaje juvenil se amagan ya estas manchas, pero son por entonces más pequeñas y redondeadas.
Cría la especie por casi todo el Hemisferio Norte, si es que consideramos las golondrinas americanas (Hirundo rustica erythrogaster) conespecíficas de las eurasiáticas, sobre lo cual hay alguna discrepancia.
Las golondrinas que anidan en España invernan al parecer en la zona del Golfo de Guinea, y pertenecen a la subespecie nominal, que se extiende por Europa y parte de Siberia; se distingue esta subespecie entre las 6 u 8 que se vienen reconociendo, por tener la banda pectoral oscura completa y bien definida y ser la de partes ventrales más claras, cremosas o blanquecinas (más claras en la hembra), que en otras subespecies son en mayor medida marronuzcas o rojizas.

Foto: Vega Bermejo


Ha sido la golondrina común un pájaro tradicionalmente tratado con estima y deferencia, al menos en comparación con otras aves, lo que quizá influya en su capacidad de tolerar un grado considerable de trasiego humano en las proximidades de los nidos; el autor de estas líneas es probablemente de la última generación de niños a los que se nos enseñó que los nidos de golondrinas había que respetarlos, cuando no era costumbre ni norma civil respetar los otros, “porque quitaron las espinas de la corona de Nuestro Señor cuando estaba en la cruz, y por eso se mancharon de sangre y desde entonces tienen el papo rojo”. Al parecer este tipo de argumentos eran más convincentes, o más fáciles de explicar, que la utilidad de la golondrina en mitigar las plagas de mosquitos, por más que las malarias tercianas y cuartanas hayan sido lacra común en el país hasta hace como quien dice cuatro días, en que se generalizó el uso del DDT y la desecación de humedales, con consecuencias buenas para unas cosas y malas para otras. Se dio por erradicada oficialmente en España la malaria en 1964, aunque se registran cientos de casos anuales importados.
Esta simpatía tradicional hacia la golondrina no ha evitado el declive de la especie, que en España se ha reducido a la mitad o menos en el último cuarto de siglo, de lo que tiene la principal culpa la masificación del uso de insecticidas, con la correspondiente disminución de alimento y aumento de su toxicidad.
Foto: Vega Bermejo


La especie en su conjunto se considera por la Lista Roja de la UICN como “preocupación menor”, dada su gran extensión geográfica y su número todavía abundante, aunque decreciente, con estimación de población mundial entre 290 y 487 millones de adultos. Para la legislación española, es ave protegida mediante su inclusión en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, pero no en el Catálogo de Especies Amenazadas. Interesante es el caso de la subespecie americana, que, pese a tener números también decrecientes, viene colonizando como nidificante Argentina desde 1980 y Uruguay desde 2017.
La golondrina común se hibrida con relativa frecuencia con el avión común, lo cual ha llevado a algunos a sugerir que quizá no deban mantenerse como géneros separados. O sea, que al final a lo mejor tenía razón Linneo cuando en 1758, en la décima edición del Systema Naturae, describió ambas especies bajo el género Hirundo (que no es más que el nombre que desde siempre se dio en latín a la golondrina).

miércoles, 21 de febrero de 2024

AVE DEL MES febrero 2024

 

 Somormujo lavanco 

Podiceps cristatus (Linnaeus, 1758)

 

Inglés: Great Crested Grebe

Francés: Grèbe huppé

Es un ave que promedia casi medio metro de longitud, y su peso es de más o menos un kilo o kilo y cuarto, fácil de ver en el buen tiempo en aguazales con profundidad suficiente para sentirse protegido y bucear, y lo bastante someros como para anclar su nido al suelo o a la vegetación palustre, y más aquerenciado en invierno a embalses y aguas costeras, estuarios y otras masas grandes de agua, mostrando un plumaje invernal blanquigrís, sin la vistosidad ni los copetes de plumas ornamentales del plumaje nupcial, pero siempre reconocible por su aspecto cuellilargo y su modo de flotar profundo, a menudo con casi todo el cuerpo hundido hasta casi el dorso. En cualquier caso, parece ser que se encuentra cómodo en las aguas abiertas, no confiado en la ocultación de la vegetación y sí en la distancia a la orilla y en su capacidad de escapar de los peligros buceando y emergiendo al cabo de medio minuto por cualquier otro sitio, a decenas de metros del punto de inmersión. Difícilmente se le verá moviéndose sobre sólido, si no es para encaramarse a la plataforma de nidificación, pues camina con torpeza por tener las patas dispuestas en posición muy trasera, buena para nadar y bucear, a lo que ayudan los dedos provistos de anchos lóbulos, que se separan y extienden en el movimiento de impulsión, pero se juntan y pliegan en el de avance, lo que, junto con un tarso de inusitado aplastamiento lateral, reduce a casi nada la resistencia del agua al adelantar los pies.

 La subespecie nominal es la que podemos ver por aquí, y se encuentra por la mayor parte de Eurasia. Es residente en Europa occidental, pero migratorio en otros lugares de inviernos menos benignos. Las subespecies africana, P. c. infuscatus, y de Oceanía, P. c. australis, vienen siendo también sedentarias.

Se alimenta mayormente de peces; también de invertebrados acuáticos y batracios, y algo de material vegetal tierno como brotes de plantas acuáticas. Se sabe que también come plumas, probablemente para facilitar el tránsito de espinas, escamas y exoesqueletos y formar egagrópilas.

 El somormujo lavanco es territorial en la época de cría, y se empareja con llamativas actividades de cortejo, que desarrollan ambos sexos con parecida vehemencia y parecido plumaje, y que incluyen carreras sobre el agua en pareja, estiramientos y contorsiones de cuello sincronizados, elevaciones de casi todo el cuerpo en vertical sobre la superficie y ofrecimiento de algas cual si fueran valiosos presentes, así como ostentación de los vistosos moños de plumas que por la época reproductora tienen en la cabeza y en la cara, y que pueden extender o relajar a voluntad.

Construyen nidos flotantes en forma de plataforma sobre la superficie del agua, con vegetación palustre o broza arrastrada por las aguas; ponen por lo general entre 3 y 6 huevos, que son incubados por ambos progenitores. Saldrán de ellos polluelos nidífugos, que desde el principio, nadan, bucean y se hacen transportar subidos al dorso de los padres, y muestran un diseño de rayas negruzcas sobre fondo blanco, más contrastado en la cabeza y cuello que en el cuerpo, y una mancha rosada en la frente y otra delante de cada ojo.

 A las 9 o 10 semanas completan el plumaje y se independizan. Tienen los juveniles durante su primer otoño un diseño parecido al invernal del adulto, pero con rayas oscuras en la cara, y parece ser que algunos se emparejan y crían tras el primer invierno, pero que lo habitual es hacerlo tras el segundo.

La población reproductora europea se estima entre 772.000 y 1.060.000 adultos, con tendencia estable.

Para España no parece que haya disponibles datos recientes sobre su demografía; se estimaron 11.800 individuos en 2007. Está considerado por la Lista Roja de la UICN como de “preocupación menor”. Está incluido en el Listado Español de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, sin catalogar como amenazado.

Se cree que procede la palabra "somormujo" (o "somorgujo", que también existe y significa lo mismo), del verbo "somorgujar" (que significa sumergir o bucear), que al parecer podría derivar del antiguo latín submerguculare, y éste de una forma diminutiva del sustantivo mergus, el cual designaba a no se sabe qué especie o especies de aves buceadoras y lleva parentesco con el verbo mergere (sumergir), y es que al parecer la asociación lingüística entre este tipo de aves y los conceptos de sumergir, emerger e inmersión viene de tiempos antiquísimos, remontándose probablemente al indoeuropeo.

Por lo que respecta al término “lavanco”, se desprende del Diccionario de la Real Academia Española que es una corrupción de “navanco”, que viene a significar propio de las navas, o terrenos encharcadizos en despoblado, y el propio diccionario lo refiere, bajo las formas de “navanco”, “lavanco” y “alavanco”, a los patos bravíos. 

La especie fue descrita por Linneo en su famosa décima edición del Systema Naturae (1758), bajo la denominación de Colymbus cristatus, en la suposición de que los actuales Gaviiformes o colimbos, y los Podicipediformes (somormujos y zampullines), estaban estrechamente emparentados, cuando realmente sus semejanzas externas hoy se sabe que son fruto de evolución convergente. El nombre genérico de Podiceps le fue dado por John Latham en 1787, y se lee recurrentemente que lo formó de las palabras latinas podex-podicis (ano) y pes-pedis (pie), en alusión a la posición retrasada de sus patas. A servidor no se le alcanza qué arte de birlibirloque haya transformado “podicipes” en “podiceps”, y sería de agradecer que algún entendido en esto de las desinencias latinas nos diera la explicación, si es que existe alguna distinta de un lapsus calami.

sábado, 27 de enero de 2024

AVE DEL MES Enero 2024


Mirlo Común
 

Turdus merula
Linnaeus, 1758

Inglés: Common Blackbird 
Francés: Merle noir 

Foto: Germán Fraile

El ave de este mes es un paseriforme de unos 25 cm de largo o poco más, y de alrededor de 100 gramos, poco amigo de las grandes alturas, y más proclive a moverse por el suelo medio corriendo y medio saltando, a subirse a arbolillos y a esconderse bajo los setos, y puede verse fácilmente por los parques urbanos, o por cualquier sitio no excesivamente descubierto, mejor que mejor si tiene suelo mojado o regado en el que buscar lombrices de tierra. Se alimenta también de cualquier otro insecto o bichejo, y de frutitos dependiendo de la época del año. 
Es el macho fácil de ver, y de identificar; es de comportamiento confiado y plumaje negro, con el pico y anillo ocular de color amarillo anaranjado intenso; la hembra algo más escondediza y de color más apagado, parduzco oscuro con garganta y pecho algo más claros, y con el pico bastante variable entre el pardo-gris oscuro y un amarillo a veces casi tan intenso como el del macho. 
 Vive en casi toda Europa, en el norte de África y en zonas de Asia Oriental y Central; está presente en Canarias, con una subespecie propia, e introducido en Nueva Zelanda y sureste de Australia. Las poblaciones españolas son residentes; otras más norteñas son migradoras. Es un animal relativamente territorial, nada proclive a formar bandos salvo en la migración; en condiciones de abundancia de alimento parece ser bastante permisivo con la presencia de otros mirlos en las proximidades incluso para anidar, pero, eso sí, yendo cada uno a lo suyo sin desarrollar conductas gregarias. Parece ser que los machos eligen y defienden su territorio desde el primer año para conservarlo de por vida si pueden, y que también las parejas se mantienen a lo largo de la vida. Anida en arbustos o arbolillos, confiando más en la ocultación que en la altura por lo general escasa, en nidos en forma de cuenco no muy diferentes de los de cualquier otro pajarillo de los que crían entre el ramaje, hecho de hierbas, ramillas, barro y musgo; lo construye la hembra a su gusto y capricho, encargándose el macho más bien de aportar material. Empieza la cría de forma tempranera, a menudo con el nido construido ya en febrero y huevos puestos en marzo o abril, de forma que le da tiempo a sacar cada año dos o tres puestas, cada una de entre 3 y 5 huevos generalmente; en Madrid se han registrado puestas incluso a finales de enero. Al parecer lo más habitual es que construyan un nuevo nido entre puesta y puesta, aunque se dan casos de utilizar el mismo toda la temporada, o incluso reutilizar alguno del año anterior en el improbable caso de que haya sobrevivido al embate de los meteoros. Suelen los huevos ser azulados con motas pardas, incubados por la hembra durante aproximadamente dos semanas. Ambos progenitores colaboran en la alimentación y la retirada de los sacos fecales. 

Foto: Carlos A. Ramírez
Los pollos pueden permanecer en el nido 18 o 19 días, o escapar a los 9 o 10 en caso de peligro con el emplumado a medio terminar, escondiéndose entonces entre los arbustos y siendo alimentados por los adultos hasta quizá un par de semanas después de terminar el crecimiento, aquerenciándose unos pollos con el padre y otros con la madre, o todos con el padre si la hembra se echa a incubar de nuevo.

Los juveniles tienen el pico oscuro y un diseño corporal algo más rojizo y moteado que las hembras. Los machos de primer otoño se distinguen por su pico oscuro, que a primeros de año o poco más se pondrá del vivo color del adulto, listo para sus primeras nupcias; y por su plumaje corporal ya negro, con pardo en las alas debido a una muda postjuvenil incompleta, tras la que suelen retener del plumaje juvenil rémiges parduzcas y quizá también alguna cobertora de las alas, hasta la muda de su segundo otoño. 

 La Lista Roja de la UICN lo considera de población creciente, y estima la población mundial de adultos entre 10 y 500 millones, como si eso fuera estimar algo; le atribuye un estatus de “preocupación menor”. En España se considera también de población creciente y no está incluido en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial. 


Foto: Carlos A. Ramírez
Respecto a la etimología del nombre científico, que ha mantenido inmutable desde que Linneo se lo asignara en 1758, tiene poco que explicar el epíteto específico, merula, que es el nombre que ya en el latín antiguo se daba al mirlo; también se explica por sí solo el uso de turdus para designar al género en el que se incluyen, además del mirlo, los tordos, zorzales, malvices o malvises, que de todas estas formas pueden y deben llamarse, y que no han de confundirse con los estorninos que, pese a denominarse habitualmente “tordos” por estas tierras de Salamanca, no pertenecen al género Turdus ni a la familia de los Túrdidos.

sábado, 30 de diciembre de 2023

AVE DEL MES diciembre 2023



Grulla común

Grus grus (Linnaeus, 1758) 

Inglés: Common Crane
Francés: Grue cendrée 

Foto: Carlos A. Ramírez

Cuando se avecinan los primeros fríos de diciembre, un cuarto de millón de grullas nos visitan. Vienen de la parte occidental de Europa y se reparten por todo el país, pero con mayor densidad en Extremadura, a la querencia de las bellotas. Éste era con abrumadora diferencia su principal recurso trófico durante la invernada hace décadas, antes de que la proliferación de regadíos les haya venido a echar una bien abastecida mano en forma de rastrojeras de maíz. Pueden quedarse en la provincia de Salamanca unas 5.000, o bastantes menos, dependiendo de cómo venga la montanera y de los laboreos en otros lugares, congregándose casi todas ellas para dormir en el embalse de Santa Teresa y en el Azud de Río Lobos. 

Se trata de un ave de algo más de un metro de longitud y un par de ellos de envergadura, y que promedia cinco quilos y pico. Debe su capacidad de comunicarse mediante trompeteos audibles a gran distancia, a una tráquea de longitud mucho mayor que la del cuello, enrollada como una corneta y encajada en un hueco de la quilla del esternón.


Se vienen distinguiendo tradicionalmente dos subespecies de la grulla común euroasiática, la occidental, Grus grus grus, y la oriental, de color más claro, Grus grus lilfordi; podríamos igualmente llamarlas europea y asiática, pues es la cordillera de los Urales la que separa sus áreas de cría. En conjunto su población está en aumento desde hace décadas y probablemente supere los 700.000 individuos. 
Foto: Carlos A. Ramírez

Quieren ahora distinguir otras dos posibles subespecies, la transcaucásica y la tibetana, que no juntarán entre ambas más que unos cientos de parejas reproductoras, y que probablemente representen poblaciones aisladas en época relativamente reciente. 
Cría en la taiga, la tundra y otras zonas pantanosas, en parejas que se establecen de por vida, manteniendo sus vínculos mediante vistosas danzas en pareja, en las que exhiben su plumaje y movimientos de forma no muy distinta a la que utilizan para mostrar otras conductas sociales como la agresividad. Son entonces las parejas hurañas y territoriales, a diferencia de la conducta altamente gregaria que desarrollan en los cuarteles de invernada. El nido es un agujero no muy profundo en un montoncito de vegetación sin estructura cohesiva, en algún montículo que sobresalga del entorno encharcadizo. En esta época se tiñen el plumaje con lodo para mejor camuflaje. 
Ponen un par de huevos (a veces uno o tres), de los que muy a menudo solo uno llega a pollo volandero. En la incubación participan los dos padres, y dura aproximadamente un mes; los pollos nacen con una asincronía de un par de días, son nidífugos y no parece que haya grandes dificultades en que el primero se busque la vida bajo la protección de uno de los progenitores mientras el otro completa la incubación, y no parece darse el cainismo ni haber motivo para ello al buscar cada uno su propia comida. Tardarán más de dos meses en echar a volar, y aprovechan los padres este periodo para mudar algunas de las plumas de vuelo, quedando durante un mes y medio incapacitados para un vuelo del que poco provecho podrían sacar sin desamparar a su prole, y después cambian algunas de las plumas corporales; al parecer un ciclo completo de muda les lleva entre 2 y 4 años. 



Los jóvenes supervivientes acompañarán a los padres en su primera migración, permaneciendo con ellos hasta el final de la invernada, y se diferencian con relativa facilidad por tener la cabeza de tono parduzco, sin el contraste cromático y sin la mancha roja implume que los adultos ostentan en el píleo, así como por tener en general un tono más ocráceo, y carencia de negro en el ornamental penacho que parece cola, pero que está en realidad formado por las rémiges terciarias. 
Los jóvenes adquieren un plumaje similar al adulto al año o año y medio de edad; pero parece ser que su primera reproducción no se produce hasta bastante más tarde, quizá a los cuatro, cinco o seis. La longevidad observada en cautividad supera los 40 años, pero en la naturaleza no parece fácil que superen los 15. 
La dinámica poblacional de la especie es claramente creciente, y, por lo que respecta a las poblaciones de Europa Occidental, se observa en los últimos años una expansión de la zona de invernada hacia el norte, siendo ya relativamente cuantiosa en Francia e incluso en Alemania, cuando lo permiten la templanza de los inviernos y la existencia de alimento, muy condicionada la lo errático de las decisiones de cultivo. 
Foto: Carlos A. Ramírez


El nombre Grus no tiene ningún misterio, ya que es grus-gruis la palabra, al parecer de género femenino, que designaba a la grulla en latín clásico. El vernáculo “grulla”, si bien se considera por el diccionario de la RAE de origen incierto, parece probable que tenga su origen en derivaciones que los hablantes entendían mejor como femeninas, tales como "grúa" o "gruia". La denominación de las grúas usadas en construcción, tanto en nuestro idioma como en algún otro, se originó en la similitud de dichos aparatos con el porte de las grullas.